Faenza 2025

de FAENZA a DERUTA

Alberto Fernández García, Lucía López Galán

Nuestro Erasmus comenzó en Bolonia. Allí aterrizamos, y no pudimos resistirnos a sumergirnos desde el primer momento en el encanto de esta ciudad vibrante y llena de historia. Bolonia nos recibió con sus célebres torres medievales, verdaderos símbolos de su pasado esplendoroso. Cuesta imaginar que, en su época dorada, llegó a contar con más de cien torres elevándose sobre sus tejados. Hoy sobreviven algunas, pero las más icónicas son sin duda la Garisenda y la torre Asinelli, que se alzan desafiantes en pleno centro histórico. Subir la Asinelli, con sus más de 490 escalones, fue todo un reto… ¡pero las vistas desde arriba valieron la pena!
Después, nos perdimos entre los pórticos infinitos que recorren la ciudad –más de 40 kilómetros de ellos–, protegidos del sol y con la sensación constante de estar caminando por una galería viva. Bolonia tiene una energía especial: es joven y universitaria, pero también sabia y antigua. Cada rincón respira cultura.
Visitamos Santo Stefano, imponente y majestuosas siete iglesias. También pasamos por San Domenico, donde descansan los restos del santo y se pueden admirar esculturas de artistas como Miguel Ángel, y Santa Maria della Vita, con su conmovedor “Compianto sul Cristo morto” de Niccolò dell’Arca.
Uno de los momentos que más esperábamos fue la visita a la Casa Museo Morandi. Pasear por el espacio donde vivió y trabajó Giorgio Morandi, con sus objetos, sus cuadros y su atmósfera silenciosa, fue como entrar en la mente de un artista que supo encontrar belleza en lo cotidiano.
Y, por supuesto, no podíamos irnos sin pasar por el MAMbo, el Museo de Arte Moderno de Bolonia. Su colección permanente y las exposiciones temporales nos ofrecieron una mirada fascinante al arte contemporáneo italiano e internacional. Fue como un puente entre el pasado histórico de la ciudad y su vibrante presente cultural.
Bolonia nos cautivó desde el primer día: por sus calles porticadas, sus iglesias, su arte, su historia… y también por esa mezcla tan suya de tradición y juventud. Sin duda, un comienzo perfecto para…

Nuestra llegada a Faenza, el lugar donde íbamos a desarrollar nuestro Erasmus, fue fantástica. Después del bullicio de Bolonia, nos encontramos con una ciudad más pequeña pero con una identidad muy marcada y un encanto auténtico que nos conquistó desde el primer momento.
La Piazza del Popolo nos recibió como el verdadero corazón palpitante de Faenza. Con sus pórticos elegantes, edificios históricos y ese ambiente sereno pero lleno de vida, entendimos rápidamente por qué es el centro neurálgico de la ciudad. Desde allí, como en una red de caminos que se abren en todas direcciones, comenzamos a movernos de manera casi natural, explorando los distintos rincones de la ciudad.
Uno de los grandes tesoros de Faenza es, sin duda, su tradición cerámica. Desde la plaza, nos fuimos adentrando en sus calles y descubriendo la enorme riqueza artesanal que alberga: una multitud de talleres de cerámica, cada uno con su estilo, su historia y sus técnicas propias. Algunos nos recibieron con las puertas abiertas, encantados de compartir su oficio; en otros, simplemente observábamos en silencio cómo las manos daban forma al barro con una delicadeza admirable.
Poco a poco fuimos comprendiendo que en Faenza la cerámica no es solo una artesanía: es una parte viva de su identidad, algo que se respira en sus museos, en sus escaparates, en sus paredes y hasta en su gente. Vivir esa experiencia desde dentro, poder formar parte aunque fuera por unos meses de esa tradición, fue algo realmente especial.

Aquí estamos con Martha Pachón, la ceramista que nos acogió para hacer nuestro Erasmus. Desde el primer momento, nos hizo sentir bienvenidos y fue una guía imprescindible en nuestra estancia en Faenza. Con una generosidad enorme, compartió con nosotros no solo su taller, sino también su conocimiento, su tiempo y su pasión por la cerámica contemporánea.
Martha nos mostró con detalle cómo elabora sus piezas: el proceso, los materiales, las técnicas… pero también el pensamiento que hay detrás de cada obra. Nos sorprendió cómo logra combinar lo conceptual con lo técnico, y cómo consigue que cada una de sus creaciones tenga algo que decir, que comunicar. Verla trabajar era casi hipnótico, y aprender de ella, un privilegio.
Además, nos facilitó el contacto con muchos otros talleres locales, ampliando así nuestra experiencia y permitiéndonos conocer distintas formas de trabajar la cerámica en Faenza. Gracias a ella, pudimos visitar numerosos espacios creativos y aprender de múltiples artistas y enfoques.
Durante nuestra estancia, tuvimos la suerte de conocer a varios artistas locales que nos marcaron profundamente.
Elvira Keller nos abrió generosamente las puertas de su taller. Con calma y cercanía, nos mostró su obra, explicándonos su proceso y su universo creativo. Fue una experiencia muy enriquecedora poder ver de cerca cómo trabaja, entender sus técnicas y la sensibilidad que transmite en cada pieza.

También conocimos a Fiorenza Pancino, una ceramista increíblemente creativa. No solo nos permitió visitar su taller, sino que también nos llevó a su showroom, un espacio lleno de color, formas sorprendentes y propuestas muy personales. Fue inspirador ver cómo combina arte, diseño y oficio en un mismo lenguaje.
Y como si todo esto no fuera suficiente, tuvimos el enorme privilegio de que nos recibiera Bertozzi, un ceramista de gran prestigio y reconocimiento internacional. Su taller nos dejó sin palabras: un espacio lleno de obras hiperrealistas, impactantes, llenas de detalles minuciosos y con una potente carga crítica y social. Estar allí, ver su trabajo en directo y escucharle hablar de su proceso creativo fu una experiencia única. Todo, absolutamente todo, nos pareció increíble.

No nos faltó, por supuesto, la visita al Museo Internacional de la Cerámica de Faenza (MIC), uno de los referentes mundiales en este arte. Recorrer sus salas fue como hacer un viaje a través del tiempo y del mundo: piezas antiguas, contemporáneas, tradicionales, experimentales… un mosaico impresionante de estilos, técnicas y culturas. Muchas de las obras presentes forman parte de su fondo gracias al certamen internacional que acoge, lo que lo convierte en un museo vivo, en constante diálogo con el presente de la cerámica.
También visitamos el Museo del ceramista Zauli, un lugar mucho más íntimo, pero no por ello menos impactante. Carlo Zauli fue una figura clave en la cerámica del siglo XX, y su taller se ha transformado en museo para conservar y difundir su legado. Pasear por allí fue entrar en el mundo de un artista profundamente conectado con la materia, con la forma, con la escultura. Su lenguaje, a medio camino entre lo orgánico y lo monumental, nos dejó profundamente impresionados. Ver su torno, sus herramientas, su obra reunida en ese mismo espacio donde fue creada, fue como estar en contacto directo con su energía creadora.
Y sí, también tuvimos tiempo para detenernos. Para conversar, reflexionar, mirar, respirar. Tiempo para hablar de la vida, de la cerámica, del tiempo que pasa y del que queda. Faenza nos regaló mucho más que formación: nos regaló experiencias, conexiones, inspiración y una forma distinta de mirar el mundo.

Llegamos a Deruta, la ciudad de la cerámica por excelencia. Situada en la región de Umbría, su tradición ceramista se remonta al siglo XIII y, desde entonces, no ha dejado de evolucionar, convirtiéndose en uno de los centros más importantes de la cerámica artística en Italia y en Europa. Deruta ha sabido mantener vivo un legado que combina historia, arte y maestría artesanal.
Desde los primeros talleres que se establecieron en la Edad Media hasta el auge que vivió en el Renacimiento, la cerámica de Deruta se caracteriza por su refinada decoración, sus colores vivos —especialmente el azul cobalto, el amarillo, el verde cobre y el naranja— y sus motivos ornamenta-les, que van desde escenas religiosas y mitológicas hasta complejos diseños geométricos y heráldicos. Una de sus aportaciones más emblemáticas es el estilo llamado “istoriato”, en el que las piezas se decoran como si fueran cuadros narrativos, representando escenas bíblicas, mitológicas o históri-cas con gran detalle pictórico.
Durante nuestra visita, tuvimos la ocasión de entrar en numerosos talleres, cada uno con su sello particular pero todos profundamente conectados con esta herencia. Nos fascinó la precisión del dibujo a mano alzada, la elegancia de los motivos renacentistas y la extraordinaria calidad técnica de las piezas. Fue especialmente impactante ver cerámicas de gran formato, auténticas obras monumentales que requieren un control absoluto del proceso y una gran destreza en todas sus fases, desde el modelado hasta la cocción y el esmaltado.
En Deruta también visitamos el Museo Regional de la Cerámica, el más antiguo de Italia dedicado a este arte. Está ubicado en el antiguo convento de San Francesco, un espacio impresionante donde se expone una vasta colección de piezas que abarcan desde la Edad Media hasta el siglo XX.
Pudimos ver de cerca obras decoradas con la famosa técnica del lustre metálico, cerámica farmacéutica, azulejos antiguos y majólicas renacentistas. El museo también conserva hornos históricos a los que se accede por un pasadizo subterráneo, lo que permite comprender el proceso cerámico desde dentro.
Nos sorprendió su torre de almacenamiento, donde se conservan miles de piezas catalogadas y visibles al público. Fue una experiencia muy enriquecedora para entender la historia, la evolución y la importancia cultural de la cerámica en Deruta.

No faltó la visita a Perugia, Asís y Gubbio, tres joyas de Umbría que complementaron nuestra experiencia con historia, arte y paisaje. Perugia, capital de la región, nos recibió con su mezcla vibrante de pasado medieval y vida universitaria. Paseamos por su casco antiguo, lleno de calles empedradas, plazas animadas y palacios majestuosos como el Palazzo dei Priori. Nos detuvimos en la Fontana Maggiore y disfrutamos del ambiente artístico que se respira en cada rincón.
En Asís, la atmósfera cambió: allí todo invita al recogimiento. Visitamos la impresionante Basílica de San Francisco, con sus frescos de Giotto que parecen cobrar vida al contacto con la luz del interior. Recorrer sus calles silenciosas, rodeados de piedra clara y paisaje sereno, fue como entrar en otro tiempo. Un lugar profundamente espiritual, incluso para quienes no lo buscan.
Y finalmente Gubbio, más silenciosa y menos turística, pero igualmente fascinante. Nos maravillamos con su arquitectura medieval intacta, sus cuestas empinadas y su imponente Palazzo dei Consoli. Desde allí, las vistas del valle eran impresionantes.

Nuestro Erasmus ha sido un viaje en todos los sentidos. Un recorrido físico por ciudades llenas de historia y arte, pero también un trayecto interior, hecho de descubrimientos, aprendizajes y conexiones humanas. Cada taller que visitamos, cada museo, cada conversación y cada paisaje nos ha dejado una huella.
Nos sumergimos en el mundo de la cerámica no solo desde lo técnico, sino desde lo vital. Entendimos que modelar el barro es también modelar el tiempo, que observar una pieza es entender una cultura, y que la tradición no es algo estático, sino una corriente viva que se transforma con cada nueva mirada.
Faenza fue el corazón de esta experiencia, pero Bolonia, Deruta, Perugia, Asís o Gubbio la completaron con otros matices, otras voces. La generosidad de las personas que conocimos nos hizo sentir acompañados, guiados y profundamente inspirados.
Regresamos con más que conocimientos: volvemos con una mirada más amplia, con las manos más seguras y con el deseo de seguir creando, explorando y compartiendo.

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Publicado el

9 de septiembre de 2025